Cuando era pequeño, Pablo Roso pensaba que las islas flotaban en medio del mar y que podía atravesar Ibiza buceando por debajo. Con 8 años intentó comprobarlo, pero cuanto más aire cogía más flotaba y nunca pudo hundirse lo bastante.

Flotar implica, también, vivir con cierta deriva, habitar un estado de imprecisión. La memoria colectiva, es decir, las imágenes y los relatos que la conforman, funciona igual que la isla de sus 8 años: se articula en base a una flotación propia. Sin embargo, si asumimos la imagen de que nuestro hogar -y por tanto nuestra historia- tienen algo de flotación, tendremos que preguntarnos qué (o quién) mantiene a flote una isla.

Su instalación es un ejercicio con imágenes que dialogan sobre lo que sale a flote y lo que se hunde en un territorio atravesado por la apnea de su propia memoria.